El caníbal ilustrado

La concepción de muchos, incluso de personas dedicadas a educar, ha sido durante largos años similar a la del administrador de un museo: los libros, les parece, deben estar en vitrina y lejecitos de los niños, no vaya a ser que los rompan.

el invento más gustado de la crítica mundial: la reseña popurrí, que contiene líneas que pueden interpretarse lo mismo como elogios que como abiertos insultos. Frases como: “En la obra de Fulano bulle una energía salvaje, tosca y no pocas veces abandonada a la mera intuición” (o sea, es un bruto). O: “Zutano muestra un derroche de personalidad, quizá excesivamente formal, en su adornada prosa” (es decir, mata de sueño hasta a la mosca tsé-tsé).

El Vargas Llosa crítico puede equivocarse, como cualquiera. Y lo hace. Pero el Vargas Llosa acrítico, el militante que pasa por alto los perjuicios que muchos de los políticos que apoya y admira han causado a sus países, no puede acertar.

El problema, pues, no estriba en que Vargas Llosa ejerza la crítica, que es parte de su trabajo como intelectual, aunque corra, como todos, el riesgo de fallar. El problema es justamente el contrario: el que sobreviene cuando no la ejerce y encuentra admirable, por ejemplo, a la ultraliberal Margaret Thatcher, madre del desmantelamiento del Estado británico y azote de las clases populares de su país.

El problema, me parece, sobreviene cuando la vocación crítica y comprometida del intelectual cede a la tentación y pasa a las justificaciones y lisonjas al poder, como haría el más simplón militante. Y Vargas Llosa ha caído en esa tentación.

Lo que me interesa señalar es que el papel que juega Vargas Llosa como opinador y sentenciador, esté en lo correcto o no, es de esperarse en alguien que suscribe sus ideas y abraza la tradición del “intelectual”.

Una petición de principio: la literatura debe ser insolente. Un matiz: la literatura no puede limitarse a la insolencia.

“El arte de vivir se asemeja más a la lucha que a la danza, en lo que se refiere a estar dispuestos a hacer frente a los accidentes”, dijo Marco Aurelio.

Con los mismos ingredientes se prepara un pastel o un desastre. Si habrá diferencia entre lo apetitoso y lo inútil está en la mano del chef descubrirla. Es decir, llevado a la literatura el ejemplo culinario, en la concepción estética del autor, pero sobre todo en su pericia estilística, se encuentra el valor de sus textos.

“la fama es como una máscara que los hombres suelen ponerse, y que resulta peligrosa porque devora el rostro original, le impone gestos, niega la identidad de quien se la ha echado encima”.