De repente, la detenida, que hasta este momento se había mantenido en silencio, levanta la cabeza, me mira fijamente a los ojos y me dice: «¿Para qué sirve inventar historias cuando la realidad es tan increíble?».
La mujer está postrada ante mí. Ha matado a alguien, y yo no. Todos mis muertos están en mis novelas.