Fichte ha desarrollado magistralmente esta filosofía del Yo mostrando que la naturaleza entera sólo podía comprenderse a partir de su actividad originaria. En el punto de partida, la «gran física» del joven Schelling sólo espera completar el trascendentalismo de Fichte, pero a su insistencia en el absoluto que se realiza ya en la naturaleza le acompaña una crítica: ¿no queda Fichte prisionero de un idealismo puramente subjetivo, que se queda en el punto de vista finito, sin jamás alcanzar el infinito, prometido sin embargo por la idea de un absolutes Ich, de un Yo absoluto? La filosofía, que es la ciencia que comienza sin rodeos a partir del principio, ¿puede partir de algo que no sea el Absoluto pensado como autoposición? Sólo el absoluto —y el absoluto ya realizado como naturaleza— puede constituir el punto de partida de la ciencia. Schelling es, pues, el primer idealista que parte, de una manera consecuente y resuelta, de la idea de un absoluto ya realizado. Este absoluto lo pensaba todavía Fichte algo alegremente como exigencia (Aufgabe) o como tarea por realizar mediante la acción práctica del Yo. Pero ¿no es violentar la autonomía y la autarquía del Yo absoluto pretender que el absoluto dependa de un impulso humano, ciertamente aleatorio? ¿No dependería entonces lo infinito de lo finito?