Todo lo que el hombre obtiene y todo en lo que falla es consecuencia directa de sus pensamientos. En un universo gobernado con rectitud, en el que la falta de equidad significaría la destrucción total, la responsabilidad individual ha de ser absoluta. La debilidad y fortaleza de un hombre, su pureza e impureza, son suyas, y de nadie más; son forjadas por él mismo, y no por otro, y pueden ser alteradas sólo por él, nunca por otro. Su condición es también suya y de nadie más. Su dolor y su alegría emanan de adentro. Como él piense, así es él. Como siga pensando, así seguirá siendo.