Pequeño país

Justicia popular, ése es el nombre que se le da al linchamiento; tiene la ventaja de sonar civilizado.

Cuando se abandona un lugar, se dedica un tiempo a decirle adiós a la gente, a las cosas, a los sitios que uno ama. Pero yo no abandoné el país, huí de él. Dejé la puerta abierta de par en par detrás de mí y partí sin mirar atrás.

Si no existe un refugio en la tierra, ¿lo hay en alguna otra parte?

La señora Economopoulos decía que las palabras son más ciertas que la realidad.

Mi bisabuela decía que las personas que uno quiere no mueren mientras siga pensándose en ellas.

Más tarde, supe que era una tradición poner música clásica en la radio cuando hay un golpe de Estado. El 28 de noviembre de 1966, durante el golpe de Estado de Michel Micombero, fue la Sonata para piano n.º 21 de Schubert; el 9 de noviembre de 1976, durante el de Jean-Baptiste Bagaza, la Séptima sinfonía de Beethoven, y el 3 de septiembre de 1987, cuando el de Pierre Buyoya, el Bolero en do mayor de Chopin.

¡Tenía en la cara la Satisfaction de los Rolling Stones, por amor de Dios! ¡Parecía incluso malvada! Para colmo, enterró nuestros pedazos de pito en la parcela, ¡al pie de los bananos!

La poesía no es información. Sin embargo, es lo único que el ser humano retendrá de su paso por la tierra.

Mi vida se parece a una larga divagación. Todo me interesa. Nada me apasiona.

Gracias a las lecturas, derribé los límites del callejón, respiré de nuevo, el mundo se extendía a lo lejos, más allá de las vallas que nos encerraban en nosotros mismos con nuestros miedos.