Se recordará lo que dice en el primer capítulo de Le livre à venir, que lleva precisamente ese mismo nombre, «El canto de las Sirenas»:
«Las Sirenas: realmente parece que cantaban; pero de un modo insatisfactorio, pues sólo dejaban entender la dirección en que se abrían las verdaderas fuentes y la felicidad verdadera del canto. Sin embargo, con sus cantos imperfectos, que no eran sino un canto venidero, conducían al navegante hacia ese espacio en que verdaderamente comenzaría el cantar. Por tanto no lo engañaban, sino que lo llevaban realmente a su objetivo. Pero, una vez alcanzado el lugar, ¿qué es lo que pasaba?, ¿qué lugar era ése? Uno en el que ya sólo se podía desaparecer, porque en esta región de fuente y origen hasta la música había desaparecido más radicalmente que en ningún otro paraje del mundo: un mar en el que se hundían, sordos, los vivos, y en el que las Sirenas —lo que prueba su buena voluntad— un día tuvieron, también ellas, que desaparecer.