los viejos nos queda la ironía que es, no obstante, un tapujo más que tampoco nos salva de la intrascendencia. En fin, bien vista, la cosicosa es cruel: a uno le toca hacerse el importante cuando ya no puede autosorprenderse. Las palabras, las mías, se han hartado de sí mismas, de la pose, de la ironía que han ostentado por décadas. A mis palabras les pido articular la angustia que me causa su falta de precisión, su incapacidad de arriesgar —muy ellas, siempre recorren los mismos surcos—, pero me importuna su sonsonete, no me pasman… Ya veis, esto es lo que dicen, obviedades.