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Ignacio Padilla

Lo volátil y las fauces

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    Pero cuando al fin creían los ejércitos haber cerrado el paso del enemigo, se encontraron una noche en un desfiladero donde los destruyeron las flechas de los herejes y los gorjeos de miles de palomas que los arrullaron en su descenso a los infiernos.
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    Se ha escrito que a veces construimos nuestros paraísos sobre infiernos ajenos.
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    cuando iba a abandonar el mundanal ruido para pasar a la vida que no conoce la turbación y el oleaje, hizo llamar a su amado discípulo y le confió un libro sobre el género de vida que deben llevar los colombarios agradables a Dios.
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    Aseguró que su tracto intestinal estaba preparado para recibir dragones y quimeras, un escuadrón de gansos, un palomar de los grandes, y todas las perdices, falcónidos y estorninos de la Selva Negra.
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    Y es que a este pez volante debe de quedarle siempre el consuelo de que gozará un tránsito alegre en el final de su agonía asfixiante:
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    Van Mensch, en cambio, defiende que estos pececillos voladores tienen a su modo una vida tan prolongada y tan plena como la de cualquiera otra criatura, pues para ellos el tiempo tendrá una medida de duración distinta de las otras bestias, según medimos todos el reloj que a cada uno nos va comiendo en el variado camino de las criaturas entre sus vidas y sus muertes.
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    Tres minutos, más o menos, si se hace la experiencia, le toma a este desdichado animalito germinar, madurar, desovar y clavarse en el agua cuando está ya a punto de asfixiarse de aire; y dos segundos tarda luego en ser comido por peces de mayor tamaño que lo han estado esperando abajo.
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    las corrientes del río Paraná, según se llega allá por los humedales del Bermejo, hay un cierto pez tornasolado que nace y crece en el aire, y que solo para morir entra en el agua.
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    Quizá al final estos animalillos se dejen caer en las corrientes y mareas con la certidumbre de que vivirán al menos un instante de dichosa plenitud cuando al fin puedan llenar sus branquias con una sabrosa bocanada de agua, y de que serán felices durante el átomo de un segundo que para ellos será eterno antes que los hagan trizas, en la misma agua que los ha salvado, sus anhelantes predadores.
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    Ahí siguen los pobres, yo los vi y puedo dar fe de ello: creo que este invierno esos peces miserables cumplirán cuarenta años, nadando en su estanque, tristones y perplejos.
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