Permanecimos allí de pie un buen rato, sin movernos, hasta que por fin él se encogió de hombros, yo también, y ambos reímos de nuevo.
Él se inclinó hacia delante, me tomó la barbilla en la mano y me besó en la frente. Luego retrocedió, extendió el brazo y me ajustó la camisa sobre los hombros.
–Bonne chance –me pareció oírle murmurar.
Seguidamente nos dirigimos en silencio hacia la puerta, donde se llevó un dedo a los labios y dijo:
–Shh.
Salimos a la calle.