El réferi cuenta nueve, de Diego Cañedo; Permanencia voluntaria, de José Luis Zárate; Su nombre era muerte, de Rafael Bernal, que por cierto es malísima... Pero bueno, mira, acá está la sección dedicada al master Dick.
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Sólo era capaz de recordar un par de objetos que, imaginó, adornaban el lugar donde vivía: una mesita alta y unas cortinas, pesadas, sedosas, color granate.
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Lo que en realidad me salvaba era algún suceso por demás absurdo que ocurría justo a la hora negra —el terrible momento de explicar la tarea frente a los demás: los gises no pintaban en el pizarrón; la profesora era asaltada por una comezón impúdica; alguna niña empezaba a soltar chorros de sangre después de haberse sacado hasta el último moco de la nariz; algunos niños eran sorprendidos en un ataque de risa y llanto... En fin, el milagro que me concedía la imagen de la virgen azul cumplía con no tener que enfrentar mi falta de conocimiento, mas no me otorgaba el conocimiento que me faltaba.
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El Cigarro no era de ninguno, nada más era un perro callejero que jugaba con ellos —comenta la encargada de la farmacia mientras le surte al detective cuatro cajas de aspirinas, un talco para pies y un paquete de condones que Carlos pidió nada más para disimular.
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En la pared dice: los culos en almíbar son más sabrosos.
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los radicales de derecha protestaron porque ofendía a su dios, los radicales de izquierda porque iba contra sus derechos humanos.
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Porque ni las emanaciones del hombre fueron tan penetrantes. No: era la fragancia derramada por la mujer, la mujer satisfecha por su hombre; era, en exclusiva, el pueblo envuelto en el perfume de su sexo, arropado en su sabor.
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pero sí le diré algo, y espero no ser impertinente: su belleza resplandece cuando se le humilla. Sus mejillas se ponen rojas y los ojos se le iluminan. Le tiemblan los labios. Sin ánimo de ofenderla gratis, debo decir que cualquiera querría humillarla con tal de ver esa mirada.