Quién sabe qué pensaba realmente de dios. Hablaba de él con cierta vaguedad, como pretexto para filosofar o inculcarnos lo que entendía como valores: ser buenos, tolerantes, trabajadores, no darnos por vencidos ante la adversidad, ponernos en los zapatos de los demás. Pero, aunque evitaba entrar en el espinoso terreno de la culpa y jamás mencionó la existencia del infierno, a menudo se topaba con preguntas imposibles de responder: ¿Por qué dios quiere que el padrecito se tome su sangre, mamá? Si dios es bueno, ¿por qué deja hacer el mal, como dejar que muriera el hijito de Francis? Y la más difícil de todas: ¿Quién hizo a dios?