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Fiódor Dostoyevski

Obras – Coleccion de Fiódor Dostoyevski

  • Jimena Maraldamembuat kutipan4 tahun yang lalu
    Pero después me enteré, por boca de médicos y especialistas, de que no se trataba de una simulación, sino de una grave enfermedad que demostraba las duras condiciones en que vivía la mujer, sobre todo en Rusia. El mal procedía de trabajos agotadores realizados después de curaciones incompletas y sin intervención de la medicina, y también de la desesperación, los malos tratos, etcétera, etcétera, vida que algunas naturalezas femeninas no pueden sufrir, aunque la soporte la mayoria
  • Jimena Maraldamembuat kutipan4 tahun yang lalu
    El que se miente a si mismo y escucha sus propias mentiras, llega a no saber lo que hay de verdad en él ni en torno de él, o sea que pierde el respeto a sí mismo y a los demás.
  • Jimena Maraldamembuat kutipan4 tahun yang lalu
    Porque el socialismo no es sólo una doctrina obrera, sino que representa el ateísmo en su forma contemporánea; es la cuestión de la torre de Babel, que se construyó a espaldas de Dios no por alcanzar el cielo desde la tierra, sino por bajar a la tierra el cielo
  • Jimena Maraldamembuat kutipan4 tahun yang lalu
    Pues yo juzgo que el hombre original no solamente no es siempre el individuo que se coloca aparte, sino que puede poseer la quintaesencia del patrimonio común aunque sus contemporáneos lo repudien durante cierto tiempo.
  • Jimena Maraldamembuat kutipan4 tahun yang lalu
    Cuanto más clara conciencia tenía del bien y de todas las cosas «bellas y sublimes», tanto más me hundía en mi cieno y tanto más capaz me sentía de sepultarme en él definitivamente.
  • Jimena Maraldamembuat kutipan4 tahun yang lalu
    muchas veces he intentado convertirme en un insecto, pero no se me ha juzgado digno de ello.
  • Jimena Maraldamembuat kutipan4 tahun yang lalu
    Una conciencia demasiado clarividente es (se lo aseguro a ustedes) una enfermedad, una verdadera enfermedad.
  • Jimena Maraldamembuat kutipan4 tahun yang lalu
    Sí, señores, el hombre del siglo XIX tiene el deber de estar esencialmente despojado de carácter; está moralmente obligado a ello. El hombre de carácter, el hombre de acción, es un ser de espíritu mediocre. Tal es el convencimiento que he adquirido en mis cuarenta años de existencia
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