Barranquilla 2132

superioridad. La mujer aceptaba dócil y silenciosamente aquella brutal imposición, violatoria de la definición misma del ser humano. Ahora los sexos son idénticos ante la ley y ante la sociedad. Las uniones matrimoniales tienen el simple carácter de amistad íntima. ¿Cuál otro quiere usted que tuvieran? Pero cada uno vive su vida, cada uno está independiente y libre

Entonces el hogar?
—Otra palabra vana. El hogar estaba constituido a base de una desigualdad bárbara entre el hombre y la mujer. En el hogar el hombre predominaba con la fiereza salvaje del macho, de su fuerza, de su

Vanas palabras. ¿A qué rodear de complicaciones una función orgánica?

no tienen derecho al amor, al amor en su expresión grosera en que lo entendíamos en el siglo XX?
—Lo tienen. Pero no pueden dejar descendencia.
—¿Y la ternura, la armonía, el aprecio mutuo, la estimación, todo eso que purificaba el amor y que embellecía las relaciones entre los sexos?

Cada mujer ha de revelar oportunamente quién es el padre del ser que palpita en sus entrañas: y si ni ella ni él reúnen las condiciones exigidas por esta disposición, el germen será anulado oficialmente.

Entonces la natalidad…
—La natalidad está limitada —completó el periodista—. Cada ciudad debe sostener una clínica para prevenir el exceso de natalidad. Además, solo pueden tener hijos los individuos perfectamente conformados, previos exámenes de extraordinaria minuciosidad por parte de los médicos. Cada mujer ha de revelar oportunamente quién es el

Usted me ha dicho que fue, quizás, la superpoblación uno de los factores de la gran crisis del año 2000. ¿No puede, dentro de algunos siglos, repetirse el origen de malestar?
—No —respondió el periodista—. Existen disposiciones adoptadas por la Asamblea Universal y aceptadas por todo el mundo, que señalan el índice máximo de población. Para llegar a este resultado, se h

Parece que en aquel tiempo se acostumbraba a dar la mano para solemnizar todo acto.
Pensaron en el ridículo que harían dos hombres tomándose la mano, sosteniéndola durante un rato, sacudiéndola quizás y quisieron probarlo. El hecho les pareció más grotesco aún. Rogers les sacudió vigorosamente la mano y, sin la menor precaución higiénica, efectuó el contacto con los dos amigos. Al propio tiempo hacía inclinaciones y venias y no lograba mantener la seriedad reservada y silenciosa, sin movimientos superfluos, que imperaba entonces.
—¡Cuánta agitación! ¡Cuánta

pérdida de fuerza muscular, simplemente, para la realización de un hecho tan sencillo como es la pronunciación de un nombre propio! —se decían.

Desde luego, dentro de tan prolongadas exposiciones se incluían muchas tonterías. Pero el público satisfecho con esta demostración de vitalidad en un cuerpo que él mismo presumía de haber creado, aplaudía el espectáculo