La esencia del lenguaje, escribe Levinas, es amistad y hospitalidad. Y en esta “casa” en la que habita el hombre, el nombre propio es el espacio desde donde la generosidad del lenguaje despliega su mayor fuerza de acogida. Porque somos huéspedes del nombre, humildes invitados a la casa del tiempo que, gracias a la nobleza de la palabra, somos capaces de vivir una vida. El nombre propio es nuestra primera morada en el mundo de los hombres, el refugio al que nos arroja el vientre materno. En él, y aunque sin saberlo a conciencia, sobrevivimos al desprendimiento originario: en él habitamos el mundo. Esther Cohen.