Sus manos acarician mi cara; sus labios, los míos. Mi cerebro está ardiendo, a punto de explotar ante este momento que parece imposible. Siento que observo lo que ocurre como si estuviera separada de mi propio cuerpo, incapaz de intervenir. Más que nada, me asombran sus manos suaves, sus ojos sinceros.
—Quiero que me elijas —dice—. Quiero que elijas estar conmigo. Quiero que lo quieras…