Bernhard Schlink

El Fin De Semana

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    Por última vez se sentaron todos en la terraza, en torno a la mesa. Cansados, contentos y con la mente en parte allí y en parte ya en el viaje o incluso en sus casas. Ulrich pensó que podía pasar una hoja de papel en la que cada uno escribiera su teléfono y su dirección electrónica, para luego enviársela a todos. Pero no lo hizo. Karin no les dio ninguna bendición para el viaje, Christiane no pronunció las palabras de despedida que suelen decir los anfitriones y Jörg no agradeció la bienvenida a la libertad que le habían dispensado. Bebieron agua y no hablaron mucho.
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    Tienes la misma incapacidad para la verdad y el dolor que tenían los nazis. No vales ni un céntimo más que ellos, ni cuando asesinaste a esas personas, que no te habían hecho nada, ni después, cuando sigues sin comprender lo que hiciste. Vosotros os escandalizabais ante la generación de vuestros padres, la generación de los asesinos, pero os habéis vuelto igual que ellos. Tú deberías haber sabido lo que quiere decir ser un hijo de asesinos, y sin embargo te has convertido en un padre asesino, en mi padre asesino. Por lo que dices y demuestras, nada de lo que hiciste te produce lástima. Sólo lamentas que las cosas salieran mal, que te atraparan y tuvieses que ir a la cárcel. Los demás no te dan lástima, sólo te das lástima
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    –¡Su sueño!... Jörg no luchó por un sueño, sino por un mundo mejor.
    Dorle soltó una carcajada.
    –Una vez leí una frase que decía Fighting for peace is like fucking for virginity. ¡Tú siempre con las luchas
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    A veces le cae a uno algo con lo que ni siquiera había soñado. Eso no varía el hecho de que la mayoría de los sueños no se cumplan. Yo soy el mayor en esta reunión y tampoco yo he conocido a nadie cuyos sueños se hayan cumplido. Y no por eso deja de tener valor su vida. La mujer puede ser adorable, sin ser la gran pasión; la casa puede ser preciosa, aunque no esté rodeada de árboles, y el trabajo puede ser respetable y lucrativo, aunque no cambie el mundo. Todo puede ser valioso, aunque no sea como lo soñamos en nuestra juventud. Eso no es motivo de decepción ni tampoco para forzar las cosa
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    Puedo imaginarme...
    –No. Usted no puede imaginarse nada. Ni qué se siente cuando asesinan a tu madre o a tu padre, ni qué se siente cuando tu padre es un asesino. Y mi padre aún menos. Él ni siquiera intenta imaginárselo. ¿Cree usted que nos escribió cuando mi madre se suicidó? ¿O que me felicitó cuando acabé el bachillerato o cuando empecé la carrera? ¿Cree usted que alguna vez me ha escrito mi padre una carta
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    Con aquel relato, tras la ronda de los sueños de juventud, Ulrich inauguró la del «¿os acordáis
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    No creo una sola palabra de lo que dices. Lo que no te conviene recordar lo olvidas y lo que no figura entre tus recuerdos te lo inventas
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    tenía dos años y del que sólo sabía que se llamaba Ferdinand Bartholomäus, por Ferdinando Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, y que tras el suicidio de su madre se había criado con los abuelos y había estudiado en Suiza. ¿Habría estudiado historia del arte o lo habría dicho sólo para poder colarse en la casa con aquella artimaña?
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    ¡Vaya con Ilse! Los demás estaban estupefactos. Nadie conocía a aquella Ilse. Había recobrado su antiguo resplandor. No el de la rubia guapa, sino el de la persona segura de sí misma y ávida de actividad. Aquello era contagioso y los demás se fueron animando. Uno tras otro fueron contando lo que habían soñado ser, a qué exilio habían llegado y cómo se habían reconciliado con él. Hasta Marko participó: había soñado con ser conductor de locomotoras y había llegado al exilio de la lucha revolucionaria. Jörg fue el último en hablar.
    –Por lo que decís, mi exilio ha sido la cárcel. He aprendido a vivir allí dentro, pero a reconciliarme con esa vida no; no me he reconciliado con ella
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    Ayer por la noche intenté seducir a tu padre, pero él no se dejó, y hoy por la tarde ha estado llorando y lo he estado consolando. Yo soy así: me meto en asuntos que no me incumben y, si me dejan, intento hacer bien a la gente. Con tu padre me dije que, con lo del indulto, se cerraba el capítulo del terrorismo y la cárcel, y que tenía que aprender a vivir otra vez. No sabía que su mujer se había suicidado ni que existías tú
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