abrirlos, sin embargo, Lorencita aún no se acercaba, y bajo la luz ondulante de los velones, lo miraba desafiantemente, echando rápidas miradas al bolsillo del obispo.
El obispo carraspeó y con un gesto de la mano le ordenó acercarse a Lorencita.
Pero ella no cedió.
El obispo se vio, por primera vez en años, sin un plan.
¡Las hostias, niña!, susurró por el costado de la boca.
El-trom-po, respondió Lorencita moviendo los labios sin emitir sonido alguno.
¡Las hostias, carajo!, susurró el obispo enfurecido.
¡El trompo!, insistió Lorencita con los labios.
Los fieles empezaron a carraspear, y el obispo volvió a levantar e