La ciudad invencible

La técnica me la había enseñado un amigo japonés: «No miedo, no ansiedad, no esperanza».

Supongo que no lo hice por pereza, o por esa sensación que tengo a veces de lo poco que vale la pena casi cualquier movimiento.

exagero, que veo las cosas como si tuviera lupas en lugar de ojos

Es fácil adentrarse en el mar, pero remontar la corriente es difícil. El

Cuando tomamos Corrientes estoy segura de que nunca volveré a esta ciudad, porque cuando regrese habré visto el cuerpo de mi padre sin vida y ya no seré yo sino otra quien regrese a Buenos Aire

El cerebro no entiende la muerte. El cerebro se queda dando vueltas, girando sobre sí mismo, buscando los matices del lenguaje. Lo encontraron. Lo encontraron casi muerto. El cerebro es un ser que sueña y que va a despertarse justo antes de que el monstruo le coma la cabeza

Cómo nombrar las cosas? Cómo acercarse lo más posible al asunto que se quiere contar, es decir, al corazón del asunto, no a la anécdota. Porque no se puede llegar a él en línea recta; hay que merodearlo, dibujar el contorno a partir de las múltiples vueltas y los múltiples intentos, de modo que al final el asunto quede expuesto como un hombre invisible al que se le ha tirado una sábana encima.

Hay que llamar a las cosas por su nombre; la historia está fresca y el significante no perdona.

Todo coexiste. La cronología es artificial, solo determinada por la emoción.

La ciudad es otra cosa; una construcción hecha de personas, de afectos. Será por eso que, hacia el final de su vida, mi abuela se sentía desorientada, como si ya no perteneciera a la ciudad, porque casi todas sus amigas se habían muerto.