Una vida salvaje y desobediente

Gobierno no tiene ni la vitalidad, ni la fuerza que un ser humano posee: porque basta la voluntad de uno solo para derrotarlo.

«Si la podemos escuchar, mejor escucharla», escribió en las primeras entradas de su diario, incluidas en la presente selección, sobre esa voz que todos y todas tenemos al poner pensamientos por escrito. «Solo al oír con reverencia esa voz interior nos conectamos con el resto de la humanidad».

Durante una temporada de nuestra vida nos acostumbramos a observar cualquier lugar como un posible terreno para nuestro hogar.

un ser humano es rico en proporción a la cantidad de cosas que pueda permitirse dejar en libertad

Así no fue mi morada, ya que repentinamente me hallé vecino de los pájaros; no porque enjaulé a uno, sino porque me enjaulé a mí mismo cerca de ellos.

No conozco hecho más alentador que la incuestionable habilidad del hombre de elevar su vida gracias a un esfuerzo consciente.

«Nos apresuramos a construir un telégrafo magnético desde Maine hasta Texas», apunta en Walden, «pero Maine y Texas, puede ser, no tienen nada importante que comunicar».

Todos los hombres reconocen su derecho a la revolución; es decir, el derecho a negarse a la obediencia y poner resistencia al Gobierno cuando este es tirano o su ineficiencia es mayor e insoportable.

Me gusta pensar que este será un Estado justo con todos los hombres y mujeres y que tratará a todos los individuos con el mismo respeto con que uno trata a un vecino; y más aún, un Estado que no calificaría de inconsistente el hecho de que unos pocos vivan alejados de él, sin entrometerse demasiado, aunque siempre cumpliendo los deberes como cualquier vecino o semejante. Un Estado que produjera aquel fruto y tan pronto estuviese maduro lo dejará caer del árbol; ese será el camino hacia un Estado todavía más perfecto y glorioso, uno que también yo he soñado, pero que todavía no he visto por ninguna parte.

¿Por qué no podemos dar un paso adelante y organizar y defender los derechos humanos? No podrá existir un Estado totalmente libre e ilustrado hasta que el mismo Estado reconozca al individuo como una fuerza superior e independiente, de la cual deriva toda su autoridad, y así lo trate de una manera decente.