Harry Potter y el misterio del príncipe

–Dumbledore dice que la gente encuentra más fácil perdonar a los demás por equivocarse, que por acertar. – dijo Hermione.

—Pero estabas demasiado ocupado salvando el mundo mágico

Ojalá te hubiera pedido antes que salieras conmigo! Habríamos podido pasar mucho tiempo juntos… meses… años quizá…

Harry distinguió con claridad el rugido del célebre sombrero con cabeza de león de Luna Lovegood.

Sonriendo, Harry se separó del resto del equipo y abrazó brevemente a Ginny.

—Y si es necesario… si crees que Draco va a fracasar… —susurró Narcisa (la mano de Snape temblaba en la de ella, pero no la retiró)—, ¿juras realizar tú la tarea que el Señor Tenebroso ha encomendado a mi hijo?

Hubo un momento de silencio. Bellatrix los observaba con los ojos muy abiertos y la varita suspendida sobre las unidas manos.

—Sí, juro.

—Claro, Narcisa, pronunciaré el Juramento Inquebrantable —aseguró él con calma—. Quizá tu hermana se avenga a ser nuestro Testigo.

—Si tú lo proteges, Severus… ¿Lo juras? ¿Pronunciarás el Juramento Inquebrantable?

—¿El Juramento Inquebrantable? —repitió Snape

—Quizá yo pueda… ayudar a Draco.

Narcisa se incorporó, pálida como la cera y con los ojos desorbitados.

—¡Oh, Severus, Severus! ¿Estás dispuesto a ayudarlo? ¿Lo vigilarás, te encargarás de que no le ocurra nada malo?

—Puedo intentarlo.

—Si Draco logra su objetivo —dijo Snape, aún sin mirarla—, alcanzará más gloria que nadie.

—¡Pero no lo logrará! —sollozó Narcisa—. ¿Cómo va a lograrlo si ni siquiera el Señor Tenebroso…?