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Los colombianos tenemos que quebrar nuestro secular menosprecio del otro y nuestra subvaloración de la norma.
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premisas fueron que se trataba de un conflicto armado, de tipo político, y que al adversario se le reconocía idéntico estatus y no se le trataría como simple delincuente.
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Estado colombiano no fue capaz de distinguir —durante casi todo el siglo pasado— entre delincuentes y rebeldes.
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En Colombia, un Estado que siempre ha pretendido más de lo que ha podido, intentó confinar los desafíos armados a la categoría de «alteraciones del orden público» (Orozco);
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lenguaje llano, este país ha hecho tanto la guerra como la paz.
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los años trascurridos entre 1984 y 2017, Colombia ha tenido al menos diecinueve episodios de negociación; de esas dieciocho negociaciones entre grupos armados y el Estado, doce terminaron con un acuerdo, seis fracasaron —todos ellos con las farc y el eln— y una seguía en curso a fines de 2017. (
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Nunca dejó de tener una apariencia poliédrica pues, al mismo tiempo, actuaron entre tres y siete —tal vez más— grupos guerrilleros, varios bloques de autodefensas y paramilitares, una o más bandas armadas del narcotráfico.
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guerra colombiana no se deja interpretar por ningún dualismo. Fue, ha sido, una guerra compleja
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lucha entre dos partes del pueblo».
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Vladimir Lenin había profetizado, al seguir una insinuación de Karl Kautsky, que «la futura revolución (tal vez con excepción de Rusia, añadía) sería no tanto una lucha del pueblo contra el Gobierno, como una