Todo en el universo —ya se clasifique como «sólido», «líquido», «gaseoso» o incluso «vacío»— riela, vibra y cambia constantemente. Pero nuestros cerebros no creen que ese sea un modo muy útil de comprender el mundo; por lo tanto, traducimos lo experimentado a conceptos como «objetos», «olores», «sonidos» y, desde luego, «colores»