Siete casas vacías

Quería morirse, pero todas las mañanas, inevitablemente, volvía a despertarse.

La gente que esperaba cargaba siempre con algo.

La lista era parte de un plan: Lola sospechaba que su vida había sido demasiado larga, tan simple y liviana que ahora carecía del peso suficiente para desaparecer.

Solo lo miraba y se recordaba a sí misma datos concretos que nunca analizaba: «hace cincuenta y siete años que estoy casada con este hombre», «esto es mi vida ahora».

Cuando le pido algo a Dios pido así: Dios, vos hacé lo mejor que puedas —y dio un largo suspiro—. De verdad, no pido nada puntual. De tanto escuchar a la gente aprendí que no siempre piden lo que es mejor para ellos

me pregunto si habrá alguna otra manera de abrazar cosas tan descomunalmente grandes como una casa, si será eso lo que mi madre intenta hacer

los ruidos de él no eran los de siempre, ella podía escucharlos y suponer que estaba haciendo algo fuera de lo ordinario

Aspiró profundamente y dejó que la respiración los envolviera.

Él se había estado viendo con el chico, en la huerta, todo este tiempo. Lo había hecho sabiendo que ella lo sabía, y no había sido capaz de decirlo.

La herida latía en la palma de su mano. Ya estaba hecho: él lo había dicho. Finalmente había nombrado al chico, y de un modo tan distraído que ella no había podido reaccionar de la manera adecuada