La honestidad, la lucidez, el coraje de la resolidarización es asumir que el combate es, antes que nada, interno al individuo, que no le corresponde a nadie más que a mí mismo establecer las reglas de una manera que sea satisfactoria para mí, en un universo de interrelaciones siempre singulares, horizontales, donde los otros tocan también una partitura, y donde cada una de ellas, cada una en particular, debe estar, sin embargo, en armonía.