Para que sepan que vinimos

De que existía esa abertura.

había otra cosa que no la abandonaba y a la que ella había llamado “dolor” durante demasiado tiempo

tema es reconocer cuándo y en qué nos hicimos daño en nuestra niñez y juventud –nos hicimos, no nos hicieron–. Luego pedirnos perdón, reconciliarnos con nosotros, perdonarnos, así no merecemos ser castigados.

No para ella: para la casa. Porque la casa y ella eran lo mismo

negrura sobre negrura, sin límites

Cómo le iba decir que para ella el tiempo se había detenido, o que pasaba muy distinto?

A veces su preocupación no tenía ninguna forma concreta, era solo una sensación de peligro, la idea primitiva de que si se alejaban de casa quedaban a la intemperie, cuando lo cierto era que todo lo malo les había pasado dentro de la casa, o por lo menos de la familia.

sintió, como siempre, que todo se ordenaba alrededor de una única certeza: la amaba. La quería. Había deseado tenerla y aún quería.

Ser un hijo es terrible, había pensado Fernanda mil veces, y lo volvía a pensar. Había que encontrar la manera de no ser un hijo

todos los días caminaba sobre vidrios partidos, cuidando que no se le clavase uno