El Reino

De espaldas a la luna, Thane me contemplaba con atención. Su silueta encarnaba mis deseos más secretos, mis sueños más oscuros. Como por arte de magia, volvieron las visiones de aquella pareja enredada junto a las cascadas, retorciéndose y jadeando.

Su lengua dejaba una estela de magia negra que me tentaba, me fascinaba y me seducía.

¿Vendría a visitarme aquella noche? ¿Seducida por mi calor y energía? ¿Por mi fuerza vital? ¿Ansiaba lo que jamás volvería a tener?

¿O me acechaba por alguna otra razón?

Desde que puse un pie en Asher Falls, me había convertido en una presa.

—Restaurar la estirpe, restaurar el reino.

—Algo así.

—¿Y quién es el Santo Grial de esta historia?

—Bueno —dijo Thane en voz baja—, te llaman la restauradora.

eino.

—Algo así.

—¿Y quién es el Santo Grial de esta historia?

—Bueno —dijo Thane en voz baja—, te llaman la restauradora.

.

—No vive en el bosque, chica, ni en esa montaña. No vive en ningún lado porque no es «nada».

Se me erizó el vello de la nuca, pero no aparté la mirada.

—Pero lo noté en el viento, lo oí en los aullidos. Está ahí fuera. Lo sé. Es algo frío, demoniaco…

—Restaurar la estirpe, restaurar el reino.

La ansiedad que se había apoderado de mí la noche anterior en el claro, el miedo a mi propio destino, me había conmocionado.

«Muertos o vivos, los Asher estamos obligados a volver a casa.»