Silber, el tercer libro de los sueños

«Ella es tan repugnante y desagradable como la Bocre, pero siempre viste de rojo, por eso la llamamos la Broja». O bien: «Más que un Henry, él es un Grayson, ¿comprendes?». (Y, claro, la amiga sabe muy bien lo que querías decir).

21 de junio

SÍ, VALE, ya estoy aquí otra vez. Lo intenté, de verdad. Quise quitar el blog de la red, pero a partir de vuestros comentarios he llegado a la conclusión DE que me necesitáis. Me amáis. No podéis vivir sin mí.

Así que he decidido dedicar el blog a algo distinto, a hacer el bien con él. El tema está claro pues resulta bastante evidente.

El amor.

Miréis donde miréis: el más puro amor. ¡Y la paz y la alegría! Si aún fuese la Secrecy del pasado me resultaría casi insoportable.

Ay, casi se me olvida… para finalizar esto, oído ayer en el lavabo del colegio: «Desearía que la maldita serpiente te hubiese picado en los huevos».

(Grayson Spencer, dirigiéndose a Arthur Hamilton).

¡Exacto! Es de lo más frecuente que uno, por puro aburrimiento y porque las hormonas han vuelto a enloquecer, deje una exótica serpiente venenosa en la taquilla de un compañero para gastarle una broma, ¿verdad? Porque si esas molestas serpientes venenosas están tiradas por todas partes, es normal que a cualquiera se le ocurran tonterías.

Abrió bruscamente la puerta de su taquilla e introdujo la mano. Y entonces ocurrió: algo de color pardo se lanzó hacia delante, algo que parecía la aplanada cabeza de una serpiente.

Arthur soltó un alarido.

Sostuve el aliento y parpadeé con incredulidad: una serpiente había clavado los colmillos en la mano de Arthur y, con la misma velocidad que se había lanzado hacia delante, volvió a encoger la cabeza.

Arthur se apresuró a cerrar la puerta de la taquilla.

—¿Has… has visto eso? —preguntó, resollando. La corriente de aire había levantado una pequeña pluma negra que entonces cayó al suelo con lentitud.

—Sí —contesté con voz entrecortada—. Parecía una serpiente. Y una pluma.

El alarido de Arthur había atraído a otros alumnos, que nos rodeaban con curiosidad, y por eso ya no pude ver la pluma.

—Eso era una serpiente —dijo Arthur, más para sus adentros que dirigiéndose a mí.

La idea de encontrarme con Arthur «Puedo deshacerme de ti en cualquier momento» Hamilton en lo alto de una azotea ya era bastante desagradable incluso sin eclipse.

Pascal nos saludó con la mano… sin dejar de sonreír. Por primera vez se me ocurrió que no sonreía de manera voluntaria, sino que padecía una parálisis facial. Tal vez fuese el secreto de su éxito…

—El amor no es lo que uno espera recibir, sino lo que uno está dispuesto a dar

Liv Finjo ser una empollona gafotas pero siempre pesco a los tíos más guapos Silber.

—Eres un hombre tan, tan maravilloso… —dijo mamá, y depositó un beso en la calva de Ernest