—Eres perfecto —le digo, tan superada que me olvido de mi misma—. Todo tú. Todo tu cuerpo. Proporcionalmente, simétricamente. Eres matemáticamente perfecto, parece imposible. Ni siquiera tiene sentido que una persona sea como ni —le digo, negando con la cabeza—. No me puedo creer que hayas podido decir algo así.