llega un momento en la vida en el que uno tiene que escoger entre el agradecimiento y la amargura
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A veces el familiar que se echa los cuidados a las espaldas necesita eso. Momentos que ayudan a suavizar aquello, una vez que ya asume que no hay hueco para los milagros ni para los tratamientos experimentales, y solo toca esperar y observarlo todo para cuando nos toque a nosotros. Lo que ve y es inevitable.
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saben, como sabía mi madre, que nada malo va a pasarte si estás dentro de El Corte Inglés.
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una vez que asumimos lo que estaba pasando, empezaron a tener sentido los sinsentidos
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Mi madre, en el sillón de al lado. Altiva, sin mirarme. Una mezcla de Bernarda Alba, Isabel la Católica, la versión femenina de Darth Vader. Todas las poderosas y villanas concentradas en un metro sesenta de estatura.
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me acuerdo de mi actitud esos días. Con todas y cada una de mis emociones anestesiadas, como si la vida me llevara a mí y no yo a ella. Con una escasa capacidad para sorprenderme, para asustarme. Lo que no sabía era lo bien que me vendría.
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Si es que nos ha cagao el palomo». Era una de esas frases con las que lo resumía todo. Y era un buen resumen.
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Aprendí a administrar los silencios y las informaciones. Me doctoré en mentiras piadosas y en desahogos con desconocidos. Comprobé que todos los miedos se parecen mucho. El vértigo de lo que viene. Que cuidar de alguien es un pegamento mucho más fuerte que la ideología.
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Desde ese día valoro mucho este tipo de detalles. Que un pie siga al otro y camines. Que bebas mucha agua y hagas pis. Que nada se altere en el proceso que va de la cuchara al plato y del plato a la boca cuando comes. Saber responder qué día es y qué año y cómo se llaman tus padres. Que reconozcas a los que viven contigo, y seas capaz de cerrarte los botones de la camisa, teclear en la pantalla un número de teléfono. Que te pregunten algo y respondas.
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Con el tiempo he comprobado el peso que tiene la dejadez cuando nos hacemos viejos. Esa desgana que se cuela como el agua por una rendija que hace que lo que antes nos parecía rutina ahora se nos antoje insoportable. Hacer la comida, poner la goma de la sábana bajera en su sitio, escoger la ropa con cierto tino. Lo he visto en mi casa y en otras casas. Ese momento en el que nos empieza a dar todo igual y comienza la autodestrucción.