—¿No vas a venir conmigo?
Kenji se queda quieto ante eso, con la boca ligeramente abierta. Me doy cuenta, demasiado tarde, de lo que acabo de sugerir, pero no me atrevo a retirar la pregunta y no puedo explicar por qué.
En este momento, no parece importar.
Ahora mismo, no puedo sentir mis piernas.
Kenji, a su favor, no se ríe en mi cara. En su lugar, su expresión se relaja por micrómetros, sus ojos oscuros me evalúan de esa manera cuidadosa que detesto.
—Sí —dice finalmente—. Por supuesto que voy contigo.