Cazadora de hadas

Te deseo.

—Me tienes —fue su respuesta inmediata.

—Ivy —dijo con un gemido.

Repetí sus palabras de antes.

—No dejes que me vaya.

Sus ojos se iluminaron mientras me observaba de hito en hito.

—Nunca.

—En ti no hay nada feo.

—Si me dices que me vaya, daré media vuelta y me largaré. Te lo juro, Ivy, pero tengo que intentarlo una vez más. No puedo acabar en la tumba sin intentarlo. Por favor. No me dejes marchar.

—Si me dices que me vaya, daré media vuelta y me largaré. Te lo juro, Ivy, pero tengo que intentarlo una vez más. No puedo acabar en la tumba sin intentarlo. Por favor. No me dejes marchar.

¿Cómo podía contárselo? ¿Cómo podía explicárselo a alguien?

Cuando le perdiera, ¿cómo podría regresar a mi vida antes de conocerle? Y no lo consideraba una posibilidad, sino que sabía que iba a perderle, porque finalmente sucedería. Así funcionaban las cosas en mi vida: amaba y perdía.

—Te gusto.

Se separó y me sonrió con aquella cara angelical que era el mismo retrato de la inocencia.

—Solo que aún no estás lista para admitirlo —matizó.

si los deseos fueran peces, todos echaríamos la red.

El pasado era pasado, muerto y enterrado