Una de las revelaciones más profundas, si bien periférica, que tuve al leer Última salida para Brooklyn, de Hubert Selby Jr., fue que mi mundo de clase trabajadora del Bronx era un material válido para el Arte; que las voces, las calles, los gestos que yo conocía tan bien eran tan humanos, tan valiosos y tan respetables como cualquiera de los encontrados durante los siglos y las civilizaciones de literatura.