El «uniforme» que usaban eran pañuelos en la cabeza, tanto rojos como blancos. Solo se podían conseguir robándolos o intercambiándolos por el pan.
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No había forma de salvarse: si la chica no cumplía la orden, recibía un disparo por desobediencia
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Los elementos clave para su decisión fueron ver la primera selección masiva de prisioneros y saber que los miembros del Leichenkommando estaban exentos de tal proceso.
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En Rožkovany, la familia Hartmann trabajaba sus campos agrícolas y en su lechería, procurando seguir con su vida habitual.
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Giora Shpira tenía la suerte de contar con una exención gracias al trabajo de su padre en la serrería, pero a sus catorce años vio no solo la deportación de calles enteras de Prešov, sino el fusilamiento de familias a las que reunían en una plaza.
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Nadie reconoció de inmediato a las demás. «Pensamos: “Quizá nuestro trabajo sea cuidar de estas pacientes”», cuenta Magde Hellinger.
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«Muchas de las kapos alemanas nos ayudaron mediante una campaña de susurros indirectos [y de avisos] de que, si no trabajabas, no te iban a conservar.»
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La primera jefa del bloque 10 era una mujer joven llamada Elza. Nadie parece recordar su apellido. Era estricta, y en cuestión de días se la conocía por pegar a quienes llegaban tarde cuando se pasaba revista o a las que se ponían en su camino.
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Al final, les entregaron a las jóvenes rectángulos blancos de tela con números y estrellas amarillas. Tendrían que coserlo a su uniforme. La primera tira de tela blanca tenía los números 1-0-0
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Edith, Lea, Helena y Adela recibieron vestidos a rayas. Los vestidos no abrigaban y no tenían ni mallas ni leotardos de algodón con los que cubrirse las piernas. Tampoco tenían ropa interior.