Cuando Mario se divorció de América y se dedicó a ser un soltero empedernido con cierta fama por escribir guiones para telenovelas, no imaginó que su hija adolescente, Gabriela, convertiría su apartamento en La Cueva: un espacio al que se uniría Karla, la amiga del colegio que desatará en Mario la furia que va del sexo a los celos y del erotismo a la perversión.
Con las oscuras calles de Caracas como fondo, La Cueva es el lugar para la exploración no solo de los sentimientos más íntimos, donde las promesas y las certezas no le pertenecen a «quienes no manejan su destino», sino también donde trastocar el «orden natural» de las cosas está permitido.
En «La huella del bisonte», Héctor Torres se vale de una narración trepidante para construir personajes entrañables que en constante vaivén procuran reconocerse e, incluso, salvarse de sí mismos, demostrando con crudeza que la vida tiene, a partes iguales, el encanto de la inocencia y la amargura del desengaño.