Dinamarca, donde la mitad de su electricidad procede de fuentes eólicas, es señalada a menudo como un ejemplo de éxito en el proceso de descarbonización: desde 1995 ha reducido sus emisiones relacionadas con la energía en un 56 % (frente a la media de la Unión Europea, de alrededor del 22 %). Pero, a diferencia de sus vecinos, el país no produce ningún metal importante (aluminio, cobre, hierro o acero), no fabrica vidrio flotado ni papel, no sintetiza amoniaco y ni siquiera ensambla automóviles. Todos estos productos consumen una gran cantidad de energía, de manera que mover a otros países las emisiones asociadas a su fabricación crea una inmerecida reputación ecológica para el país que hace la transferencia.