Oh, no, tienes que ir al jardín de infantes a aprender a pintar con los dedos!». Con todo el entusiasmo que pude reunir, seguí adelante con la lista, hablándole en términos que pudiera entender, explicándole todo lo bueno que haría en el jardín de infantes. A la mañana siguiente fui el primero en levantarme. Bajé y encontré a Tim profundamente dormido en el sillón de la sala. «¿Qué estás haciendo aquí?» le pregunté. «Estoy esperando para ir al jardín de infantes. No quiero llegar tarde». El entusiasmo de toda la familia había despertado en Tim la ansiedad por iniciar las clases