Megan Hunter

Los escenarios de su muerte son los sueños diurnos más vívidos que he tenido nunca.
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Una vez, cuando tenía unos ocho años, me concentré con todas mis fuerzas en un poste de telégrafos. Saqué una foto mental, me insté a mí misma a recordarlo

Una vez, cuando tenía unos ocho años, me concentré con todas mis fuerzas en un poste de telégrafos. Saqué una foto mental, me insté a mí misma a recordarlo esa noche.
Cuando lo hice, fue como si el resto del día no hubiese existido. Me aterró la idea de poder hacer lo mismo cuando llegase la muerte, de hacer desaparecer mi vida entera.

Entre cada una de esas olas que me arrancan las entrañas el mundo resplandece. Me siento como Aldous Huxley puesto de mescalina. Empapada de puro ser

Las palabras suben flotando por la escalera como un montón de letras magnéticas de juguete

Un pandemonio, prueba a decir N, y las sílabas se vierten sobre la mesa

Insiste en que cargue con él como si lo estuviese rescatando de un incendio

El sexto día así, salgo al jardín con un martillo. Me fijo en los pasos de R pero no les veo ningún sentido. Golpeo un clavo y atraviesa la madera torcido. Pruebo otra vez. Es gratificante, como el sexo o el asesinato.

Son malas, las noticias. Malas como lo eran siempre, sin cesar, pero peor. Más relevantes. Y eso, nos damos cuenta, es lo último que uno quiere en el mundo. Lo que no quiere nunca nadie: que las noticias sean relevantes.

Acaricio sus rizos, reliquias de un lugar remoto