Es ridículo imaginar que en los confines del cosmos esperan unos seres, llenos de sabiduría y benevolencia, para guiarnos hacia quién sabe qué armonía. Para imaginar la forma en que nos tratarían si entrásemos en contacto con ellos, basta recordar la forma en que nosotros tratamos a esas «inteligencias inferiores» que son los conejos o las ranas. En el mejor de los casos, nos sirven de alimento; a menudo las matamos por el mero placer de matar. Ésa es, nos advierte Lovecraft, la verdadera imagen de nuestras futuras relaciones con las «inteligencias