J. K. Rowling

Harry pensaba que ninguna de las clases le había hecho reflexionar tanto como aquella merienda con Hagrid.

uno tendría que estar loco para intentar robarlos,

o.

—¿Contento? —dijo Ron con desagrado—. Creo que no habría vuelto a casa si mi padre no lo hubiera obligado. Está obsesionado. Pero no le menciones a su jefe. «Según el señor Crouch... Como le iba diciendo al señor Crouch... El señor Crouch opina... El señor Crouch me ha dicho...» Un día de éstos anunciarán su compromiso matrimonial.

no importa lo que uno es por nacimiento, sino lo que uno es por sí mismo

Los padres —sentenció— no deben abandonar a sus hijos a menos… a menos que no tengan más remedio.

pero quizá los más capacitados para ejercer el poder son los que nunca han aspirado a él; los que, como tú, se ven obligados a ostentar un liderazgo y asumen esa responsabilidad, y comprueban, con sorpresa, que saben hacerlo.

regalaba los ojos con ella y pensó que le gustaría quedarse allí mirándola por toda la eternidad; no necesitaba nada más.

No quiero que te sientas presionado —dijo Ron—, pero si no te ponen en Gryffindor, te desheredo.

A Harry le consoló mucho saber que su amigo le había contado con todo detalle al examinador que veía a un hombre feísimo con una verruga en la nariz que había aparecido en su bola de cristal, y que cuando levantó la cabeza se dio cuenta de que había estado describiendo el reflejo del examinador.

—¿Le parece… sensato… confiar a Hagrid algo tan importante como eso?

—A Hagrid, le confiaría mi vida —dijo Dumbledore.