«¡Así es la mujer! —se dijo—: ¡esclava de sus pasiones, presa de sus propios sentimientos! ¡Cuando el orgullo y la venganza despiertan en su pecho, desafía los obstáculos y se ríe de los crímenes! Pero que la asalte un sentimiento, que la música, por ejemplo, roce débilmente una fibra de su alma, que su acorde le despierte algún eco en la imaginación, y se transmutará toda su forma de pensar: retrocederá ante la acción que un momento antes juzgaba digna de elogio, se entregará a una nueva emoción, y se hundirá… ¡víctima de unos sones! ¡Ah, criatura endeble y despreciable!»