Ana Negri

Sentada ahí, en el suelo frío, también de mosaico blanco, aquella vez sintió que tenía una suerte de vocación para la soledad que la expulsaba de un lugar del que no quería irse, pero en el que ya no sabía cómo quedarse.

¿Y a ti no te parece duro cargar con el peso de algo que ni siquiera viviste?

—Te estabas apoyando en mí, querrás decir, y con intención de sumirme.

más cerrado que un banco en día feriado

aún no reconoce que su independencia sigue sujeta a los deseos y disposiciones de otros.

El problema, precisamente, mi gran problema es que te escucho demasiado bien. Me llenas la cabeza y si no te detengo, me arrollas, me pasas por encima.

Quizá su madre estaba rota desde mucho antes de que empezaran los eufemismos.

—Todo cae, mamá, todo cae.

anticipaba un dolor profundo e intenso, una época triste que de a poco cristalizaba en una falta irremediable pero asumida casi con ternura

—En serio, Mariano. Pudiste haber sido más claro antes y nos hubieras evitado todo esto, ahora me jodes el día, el plan completo. Me jodes todo, Mariano