Michel Pastoureau

l oro es a la vez materia, luz y color: como tal, exige prácticamente tres enfoques diferentes. Una de las funciones del oro sobre un objeto o sobre una obra de arte, entre muchas otras, es la de reflejar la luz, la de ponerla en movimiento, de hacerla «hablar»

La llegada de la electricidad ha modificado totalmente el vínculo del espectador con el objeto y la obra de arte, con la imagen y, quizá aún más, con el color.

Nuestra iluminación eléctrica, por el contrario, es relativamente estática, no transmite movimiento ni a las formas ni a los colores. De ahí surge una diferencia considerable ante la sensibilidad de nuestra mirada y la de nuestros antepasados. Queramos o no, nunca percibiremos como ellos un objeto, un documento, una obra de arte. Para un ojo antiguo, medieval o moderno, los colores siempre están en movimiento –ya Aristóteles resalta hasta qué punto todo color es movimiento–.

Históricamente, el negro ha sido en Europa durante siglos el color de la autoridad, tomada en su doble vertiente de policía y de justicia. Por eso, el árbitro, al igual que el juez o el policía, se fue vistiendo progresivamente de negro, enteramente de negro, lo cual no dejaba de impresionar a jugadores y espectadores. El hombre de negro daba miedo e imponía respeto. Y más

porque, en tanto que historiador de los emblemas, sabía que los colores de las banderas son colores abstractos, conceptuales, heraldizados: el matiz no cuenta.

Que Gino Bartali, campeón ejemplar, lo haya visto aclararse a lo largo de las décadas y de sus victorias es, en sí mismo, un documento histórico.

Puede aplicarse a otras banderas europeas y traduce ciertas mutaciones generales de sensibilidad en el campo de los colores. Por ejemplo, se podría constatar lo mismo en relación con el azul de la bandera francesa: casi siempre oscuro entre las dos guerras, y todavía azul marino cuando yo era pequeño, en los años cincuenta; luego un poco más claro dos décadas más tarde, y claramente azul real hoy en día.

el saber occidental no es una verdad absoluta, sino sólo un saber más entre otros. Por añadidura, esos saberes ni siquiera son unívocos.

El historiador sabe bien que el pasado no es sólo lo que ha sido, es también lo que la memoria hace de él.

También se trata de un intento de colorear. En efecto, hay multitud de recuerdos visuales que no conservamos en tonos definidos, ni siquiera en blanco y negro, ni en blanco, negro y gris. No; andan perdidos en nuestra memoria y son sobre todo incoloros. Pero cuando los evocamos, cuando los hacemos brotar con una intención definida, es como si los pasásemos a limpio formal y cromáticamente a la vez: nuestra memoria aclara los contornos, fija las líneas, y nuestra imaginación se encarga de dotarlos de colores, colores que quizá nunca tuvieron