Ese «algo» que a veces no podemos explicar con palabras cuando
conocemos a alguien. No era porque fuese guapo o porque me sintiese perdida en aquella ciudad a la que acababa de llegar. Era porque podía leer en él cosas. Todavía no estaba segura de si esas cosas eran buenas o malas, pero, al mirarlo, la última palabra que me venía a la mente era
«vacío», lo que, ironía de la vida, después averiguaría que era una de las cosas a las que Rhys más temía.