Ana Isabel Sánchez

Era ordinario por fuera, pero por dentro estaba lleno de maravillas. Y algunas cosas no siempre eran lo que parecían.

Regresé a la palabra e intenté comprenderla. Sin que su mano me guiara, tracé las letras una por una.

Papá me dijo que se consideraría un detalle elegante. Cuando le pregunté qué significaba ser elegante, me dijo que era algo que a algunas personas les importaba mucho y a otras nada, y que podía aplicarse a todo, desde a los sombreros hasta al papel pintado pasando por la hora a la que llegabas a una fiesta.

ANTES DE LA palabra perdida, hubo otra.

HABÍA LLEGADO ANTES de lo que se esperaba, dijo mi padre como pidiéndome disculpas. Se llamaba menorrea y el proceso de expulsarla era la menstruación

Menstruante era «que menstrúa». Y menstruoso había significado una vez «horriblemente sucio o contaminado».
Menstruoso. Como monstruoso. Era lo que más se acercaba a explicar cómo me sentía

Ni su sexo ni su edad la incapacitan, señor Nicholson. Mientras esté empleada en el campo de la erudición, y le aseguro que así es, tiene fundamentos para que la hagan lectora

Las palabras vulgares, como tú las llamas, son las víctimas habituales. Con independencia de las pruebas que existan para su inclusión, hay quienes desearían que esas palabras desaparecieran.
Por mi parte, creo que añaden color. Una palabra vulgar, bien colocada y pronunciada con el vigor justo, expresa mucho más que su equivalente cortés

pese a lo cerca que lo tenía, me dio la sensación de que estaba muy lejos.

—¿Qué es adelgazar? —pregunté.

—Un ideal imposible y algo de lo que no creo que tú tengas que preocuparte nunca —contestó. Después añadió—: Es cuando haces que algo sea un poco más pequeño.