—¿Qué me estás haciendo, pequeña calamidad? —susurró él.
—Si soy una calamidad, deberías guardar las distancias, a menos que quieras que te destruya. —Sin soltar el arma, le dio un empujón en el pecho.
—No. —Las manos de él bajaron a su cintura—. Destrúyeme.