Entre otras cosas extrañas, se le habría escapado, una tarde que se encontraba en casa de uno de sus colegas más cualificados, lo siguiente:
–¡Ah, los bellos relojes de péndulo!, ¡las buenas alfombras!, ¡las buenas libreas! ¡Qué molesto ha de ser todo eso! ¡Oh! No me gustaría tener todas esas cosas superfluas gritándome sin cesar al oído: ¡hay gente que pasa hambre!, ¡hay quien pasa frío!, ¡hay pobres!, ¡hay pobres!