Alberto Fuguet

Me tiré a una mormona drogada.

Para qué vivir con una mina si tenís que irte de pura mano.

Nos engrupimos unas minas de miedo. Me tocó una mulata de Trinidad-Tobago. Me mordisqueó entero. Tengo todas las huevas con yodo.

Echo de menos la represión

el gas lacrimógeno servía para volarse

ni me preocupé de si él se sentía desplazado, afuera, solo.

Cuando vos sos el familiar de un desaparecido, tuviste que aceptar la desaparición, la aceptaste, estuviste treinta años con eso. Te acostumbraste. De golpe viene alguien y te dice no, mire, eso no fue como usted pensaba, y además encontramos los restos de su hijo, su hija. Es una buena noticia. Pero te hace mierda. Es como una operación, es para algo bueno. Pero te lastima.

En su esfuerzo por contarnos bien la historia, el oidor nos trata como reyes.

Dentro de la casa, la viuda luce tranquila a pesar de este alboroto, como si entendiera que es un deber cristiano prestar su muerto, para que Chivolito y su comparsa sepan que están vivos.

Es la única forma de sobrevivir en este trozo de isla que ya era así, dice: conocer muchas lenguas y trabajar para los extranjeros que vienen a ocupar, a mirar o a ayudar.