En la casa todos trajinan de médicos a colesterol a oxígeno a telefonazos a cáncer a consunción y a gangrena y rosarios mientras yo permanezco inmóvil, maniatado, tratando de explicarme por qué ya no es yo y es más él mismo y es menos lo que él era y no era yo y otras muchas tonterías.
Ahora lo miro por primera vez, esto sí es cierto, y ya no es lo que era. Porque éste que miro ahora echado, silencioso, ya ni siquiera es el hombre que antier agitó los brazos y aulló buscando mis ojos, mi presencia saludable e inútil; es un cuerpo todo huesos, unos pantalones inmensos, dentro de los cuales nadan los fémures, un rostro largo, amarillo, una nariz que no acaba nunca y unos ojos hondos, azorados, abiertos a no sé qué espantosa irrealidad