Elena Gorokhova

  • Daniela Jiménezmembuat kutipan2 tahun yang lalu
    Nacida tres años antes de que Rusia se convirtiera en la Unión Soviética, mi madre acabó siendo un reflejo de mi patria: autoritaria, protectora y difícil de abandonar. Nuestra casa era la sede del Politburó, y mi madre, su presidenta perpetua. Dirigía las sesiones en nuestra cocina, delante de una olla de borscht, con un cucharón en la mano, ordenándonos que comiéramos con una voz que hacía temblar a sus alumnos de anatomía. Superviviente de la hambruna, del terror de Stalin y de la Gran Guerra Patriótica, nos controlaba y protegía con férrea determinación. Lo que le había pa­sado a ella no iba a pasarnos a nosotros. Nos mantenía apartados del peligro, de la experiencia y de la vida misma con un estrecho abrazo que protegía nuestra inocencia al mismo tiempo que nos sofocaba.
  • Penélope C.membuat kutipan2 tahun yang lalu
    Dedushka le da vueltas a la manivela oxidada del pozo hasta que el cubo atado a una cadena cae dentro del agua. Yo me apoyo en el armazón del pozo y miro hacia abajo, pero es tan profundo que no logro nunca divisar el agua; sólo oigo el tintineo de la ca­dena, seguido de un chapoteo.
  • Penélope C.membuat kutipan2 tahun yang lalu
    Aparte de regar y desherbar, en la dacha suceden tan pocas cosas que cualquier distracción (una ida al colmado o un camión que pase a toda velocidad) hace que un día pueda ser memorable
  • Penélope C.membuat kutipan2 tahun yang lalu
    Es extraño, pero la vida, fuera de mi cuerpo, no se detiene; las escenas cotidianas se suceden como siempre, previsibles y ordenadas: mi madre trasteando por el apartamento, mi hermana siguiéndola, como si esperase órdenes; el chirriar de frenos cuando un coche se detiene ante el semáforo; el olor
  • Penélope C.membuat kutipan2 tahun yang lalu
    Vsyo ponimaet —le susurra a Marina: de repente he crecido y ahora lo entiendo todo
  • Penélope C.membuat kutipan2 tahun yang lalu
    —Un pelotón de fusilamiento. Stalin lo habría arreglado enseguida, no habría hecho falta ni investigar —asegura mi tío, que ha dejado de espiar a las muchachas y está sentado en una roca, frotando los cristales de los prismáticos con la manga de la camisa—. Antes te fusilaban por mucho menos que eso.
    —Por llegar dos minutos tarde a trabajar te metían en la cárcel —recuerda mi madre—. Te dormías, no oías el despertador y al cabo de un rato los escuchabas aporrear tu puerta en plena noche. Yo he visto a gente desaparecer por no oír el despertador. Entonces sí había orden
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