Doppo Kunikida

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    ¿seré capaz de conseguirlo con todas mis fuerzas? No digo que no pueda. Estoy seguro de que no es imposible, pues hasta tal punto llega mi interés por el Musashino de hoy.
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    «Aún hojas resisten en sus ramas. Observando montes remotos, mi alma se funde en la lejana nostalgia».
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    Me senté, miré a mi alrededor y puse atención.
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    No era el suave murmullo del verano, ni una interminable voz, ni tampoco una suave charla fría y tímida de finales de otoño. Era, más bien, un susurro silencioso que a duras penas se percibe. La brisa trepaba furtivamente por las copas. Cuando el sol atravesaba entre las nubes, el ambiente de la arboleda, velada por los vapores de la humedad, se iluminaba incesantemente como si todo sonriera por doquier.
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    A veces, he pensado que si la arboleda de Musashino hubiera sido de pinos y no de robles, todo habría sido muy monótono, carente de tonalidades; y no me hubiera entusiasmado tanto su paisaje, el cual, en el otoño, se torna amarillo, y por eso, sus hojas caen
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    El viento invita a meditar profundamente sobre el ser humano. Yo mismo, al escuchar su apresurado ir y venir, pude reflexionar sobre la vida del antiguo Musashino.
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    Y aunque sabía lo que era la vida en las montañas, fue en Musashino, tras pasar el invierno en un pueblo de allá, cuando comprendí el verdadero sentido del poema.
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    A los paseantes de Musashino no les preocupa perderse. Siguiendo todo recto, por cualquier vía, siempre surgirá alguna sorpresa que ver, escuchar o sentir. Lo maravilloso es caminar por sus decenas de caminos sin rumbo, al encuentro de algo nuevo, bien sea en la primavera, el verano, el otoño o el invierno; por la mañana, por la tarde o por la noche; así como también, bajo la luna, la nieve, el viento, la niebla, la helada, la lluvia o la llovizna. Tan solo caminar por caminar, tanto por la izquierda como por la derecha, por todos lados hay cosas para el deleite. Creo sinceramente que esta es la verdadera impronta de Musashino
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    aunque vayas caminando solo y te topes de repente con cualquier encrucijada, no sientas miedo. Coge el primer palo caído que encuentres y sigue por ese lugar. O bien déjate guiar por él hacia una pequeña arboleda. Allí, y si el camino se bifurca de nuevo, elige el más estrecho. Si no, déjate llevar a un lugar extraño. En lo más profundo, encontrarás algún cementerio con cuatro o cinco tumbas alineadas, llenas de musgo, con un pequeño espacio abierto y, a ambos lados, ominaeshi[32] en flor.
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    Aunque el camino sea estrecho o parezca algo extraño, sigamos. De repente, saldremos al jardín de la casa de algún campesino. Por muy insólito que nos parezca, no hay que tener miedo. En ese momento, dejémonos llevar y, al salir por la entrada principal, seguro que daremos con la respuesta correcta. En cuanto salgamos y nos percatemos de que realmente fue la elección acertada —es decir, un atajo— en ese momento, se nos escapará una sonrisa y comprenderemos la valía del camino que se nos enseñó al principio.
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